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Y mi familia se quedó en casa...

Actualizado: 10 oct 2020

Y nos quedamos en casa, juntos, siendo familia; lo que ayer eran pasos apresurados para ganarle un instante al tiempo, ir de un lugar a otro, el trabajo, la escuela, el trabajo, la escuela y por fin a casa; cambió, súbitamente, todo cambió. Tiempo había para muy poco; temprano en la mañana, cinco treinta, comenzaba aquella rutina que por años se fijó como parte del día a día de la familia, se fijó sin que nos diéramos cuenta, llegó y se quedó.


Sucedía que durante ese ritmo tan absorbente solo existía tiempo para un buenos días, un buen provecho, un ¡de prisa se hace tarde!, un comer inquieto para regresar al trabajo, un paso apresurado para solo obtener instantes; trabajo físico y desgaste mental, sin tiempo para reponer tanto el uno como el otro, sin tiempo, solo momentos.


Y de pronto, de repente, la pausa, un alto en el andar, una parada súbita que puso de cabeza a un mundo vacío de tiempo y lleno de ocupaciones; que sucedió; lo que quizás hemos conseguido como raza humana; tanto cambiar para adaptarse, tanto destruir para construir, tanto estudiar para sanar, tanto y tanto haciéndose que nos llegó a decir, basta.


Y nos juntamos en casa, los que estudiaban lejos, regresaron, los que estábamos, entramos; todos reunidos en esta construcción en la cual solo convergíamos para alimentarnos y dormir, la cual, de pronto, se colmó con calidez humana. Y se llenó lo que parecía haberse vaciado; no había que apresurarse, no había que ganar segundos a un tiempo que se detuvo, y fue entonces que todos los integrantes de la familia cambiamos de rumbo, todos.


El principio resultó ser inquietante, de mucha incertidumbre, extrañamente relajante a pesar de lo que sucedía; la razón, estábamos juntos; los hábitos cambiaron al igual que las rutinas, la convivencia pasó de ratos breves a tiempos prolongados, las caras somnolientas cambiaron por rostros apacibles y descansados; la casa retomó su alegría, se impregnó de una paz serena, nuevamente fue un hogar.


Y con ello, nos hemos reencontrado como personas, como padre, madre e hijos; como familia; compartimos y platicamos, reímos y lloramos, y porque no, a veces, nos enojamos; hemos vuelto a conocernos; ideamos, creamos, y externamos lo mejor de nosotros mismos, y, a pesar del dilema por el cual atravesamos como humanidad, la mira es clara, el punto fijo, la forma para salir avantes es en familia; con Fe, trabajo y honestidad, unidos y con lazos inquebrantables; porque aprendimos, cuando nos quedamos en casa.

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Epístola seleccionada de “Cartas a la Familia” y que formará parte del II volumen de la Colección Ὁράματα: Familia y Afectividad.


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